parábola y cuento judio
Hace mucho tiempo, en una tierra lejana, un barco zarpó en un gran viaje por el vasto mar. El barco estaba lleno de marineros ávidos de aventuras y soñando con tesoros exóticos. A medida que viajaban, el cielo se oscureció, el mar se agitó y una feroz tormenta cayó sobre el barco. Cuando los hombres fueron arrojados desde la cubierta, la tempestad abrió sus fauces y se tragó el barco entero.
Los marineros se encontraron abandonados en una isla desolada, con el ánimo desanimado por la pérdida de su barco y la incertidumbre de su destino. Cada día recorrían la isla en busca de comida, agua y refugio para asegurar su supervivencia. A duras penas sobrevivían, pero sobrevivían.
Un día, mientras los marineros exploraban la isla, uno de ellos se topó con una cala escondida. Para su sorpresa, la cala estaba llena de un tesoro de perlas exquisitas, iridiscentes a la luz del sol. El marinero, al darse cuenta del inmenso valor de estas perlas, se apresuró a regresar con sus compañeros para compartir el increíble descubrimiento.
Sin embargo, para su consternación, los demás marineros no estaban interesados en las preciosas perlas. Estaban tan absortos en la búsqueda de comida que las descartaron como una distracción tonta y tal vez fatal.
El marinero que descubrió las perlas se entristeció por la indiferencia de sus compañeros, pero no se desanimó. Comprendió que las perlas eran un tesoro inestimable que podía transformar sus vidas y darles una vida mejor de lo que jamás hubieran soñado. Decidido, se propuso recolectar tantas como pudiera, seguro de que pronto se reconocería su verdadero valor.
Con el paso del tiempo, la colección de perlas del marinero fue creciendo y su fe en su valor se mantuvo inquebrantable. Finalmente, llegó el día en que los marineros fueron rescatados de la isla desolada y regresaron a su tierra natal. Cuando llegaron, el marinero que había recogido las perlas las vendió por una fortuna, lo que le permitió vivir una vida de abundancia y comodidad. O tal vez murió de hambre en esa isla y fue otro hombre el que vendió la colección de perlas.
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